miércoles, 10 de abril de 2024

EVALUACIÓN, SELECCIÓN Y PREMIACIÓN

Por: Elkin Bolaño Vásquez 

Coordinador educativo, Fundación BAT 

Lo propio de cada convocatoria es que, además de plantear los criterios de participación, debe proyectar un comité evaluador que responda a una heterogeneidad de saberes y especialidades. Esta proyección demanda un tiempo prolongado y dispendioso en la medida que los evaluadores convocados deben ponerse en sintonía con los aprendizajes dejados por las versiones anteriores. Reflexiones y acuerdos que permitieron estandarizar algunos criterios, no con el ánimo de volverlos estrictos, sino para que operen como punto de partida y sean ajustados según las demandas que emergen del terreno artístico que se crea con las obras participantes. Esto supone que los jurados no sólo seleccionan obras, sino que hacen una lectura contextual de todas ellas para perfilar criterios más adecuados, de modo que una alternativa idónea es la creación de un comité evaluador que sea integrado por personas que representen los procesos de creación como artistas, que representen postulados teóricos y académicos como curadores, críticos o docentes y que representen saberes relacionados con estudios sociales, culturales y de humanidades.  

El proceso deliberativo del comité evaluador transita por una serie de cuestionamientos que se abordan y responden en diversas fases según las percepciones renovadas que los miembros plantean sobre el conjunto de las obras, en sus distintos encuentros. A modo de guía se identifican las siguientes preguntas: ¿cuáles deben ser los mecanismos de evaluación para clasificar y distinguir el valor artístico de las obras presentadas? ¿cuáles son los criterios empleados para identificar la calidad artística? ¿cuáles son los mecanismos de toma de decisiones que permitan alcanzar acuerdos para la selección y premiación de obras? ¿en qué medida la determinación del valor y la calidad artística se deben a criterios artísticos estandarizados previamente o es más bien el resultado de un proceso de construcción de acuerdos por parte de los miembros del jurado durante sus reuniones? Para responder estas preguntas en importante plantear una hipótesis subyacente: el trabajo de los jurados no se limita a la selección y premiación de obras, sino a plantear valores artísticos contextuales que den cuenta de las obras presentadas, es decir, que consideren y permitan la apertura argumentativa de las tendencias, los cuestionamientos, las rupturas y las limitaciones de las prácticas artísticas que planteen tales obras. 

Es importante anotar que la función deliberativa se gestiona por la legitimación de los acuerdos, especialmente cuando la unanimidad no es lograda, lo cual es el resultado en la mayoría de los casos. Esto quiere decir que la unanimidad es una excepción y no la regla, por ello la necesidad de argumentos con distintas perspectivas que muestren detalles o matizaciones que permitan la legitimación. En la selección y premiación de obras las justificaciones, defensas y controversias no son evidentes y generalmente aparecen en contraste con otras obras ¿qué hace que una obra sea mejor que otra? Los aspectos intrínsecos de la función deliberativa son los que moldean los criterios que, bajo esas circunstancias, perfila la calidad de las obras. Esto supone que la selección y premiación se realizan según generalidades que se construyen in situ y deben trascender las valoraciones individuales. La ventaja que tiene la función deliberativa del Salón BAT es que, por las diferentes etapas, los tiempos para reflexionar sobre las obras son amplios, posibilitando que la interacción con ellas sea variada por los diversos contextos en las que se pueden apreciar.  

Esto implica que la comparación entre obras es fundamental, de modo que siempre hay obras pueden alcanzar un alto grado de competencia que en algunos casos no son seleccionadas, mientras que en otros se destacan sin esfuerzo, es decir, que las evaluaciones se dan sobre las obras en su carácter singular de modo que sólo pueden ser aplicables criterios artísticos y estéticos, pero la selección incluye otros criterios denominados extra-artísticos o no-artísticos porque implica asuntos sociales y culturales que la institucionalidad ha establecido como fundamentales en la convocatoria. La selección incluye criterios como la comparación de procedencias que plantea un asunto de representatividad. Una obra puede que logre satisfacer los filtros evaluadores y, a pesar de ello, no ser considerada para selección. No obstante, puede reunir requisitos de representatividad que la hacen seleccionable. 

La inclusión de criterios extra-artísticos es un ejercicio que denota la importancia del valor social del arte lo que afecta, sin margen de duda, la posibilidad de los artistas de ingresar a ciertos nichos del mundo del arte. Ejemplo de ello es que existen artistas que tiene un lugar destacado dentro de algunas instituciones del arte y sin embargo ser totalmente desconocidos en el mercado. También sucede al contrario, repitiéndose la dualidad reconocimiento-desconocimiento en muchas de las dinámicas del mundo del arte. Es importante destacar que la responsabilidad de los jurados fluctúa entre dos campos. Por un lado, actúan como mediadores de una potencial renovación del campo artístico porque visualizan destinos prometedores tanto de obras como de artistas. Por el otro lado, la responsabilidad coincide con una actitud cívica en la medida que la premiación implica un reconocimiento institucional que augura al artista un potencial de influencia social. 

De este modo, el objetivo subyacente en cualquier convocatoria es reflexionar sobre los sistemas actuales de reconocimiento artístico. Quizá lo más destacable y complejo es que los métodos discursivos para establecer el valor artístico de cualquier obra, más que criterios definidos dentro de cualquier convocatoria, tiene que ver con acuerdos que se establecen en el proceso deliberativo y que se construyen a partir de la experticia y los marcos de interpretación que son propios de las diversas disciplinas, que son sumados a los modos de apropiación que cada miembro hace del terreno artístico que se crean con el conjunto de las obras. Esto quiere decir que la fiabilidad de los juicios artísticos, en el proceso deliberativo, tiene que ver con la posibilidad de aplicación sistemática de los criterios acordados a las propuestas presentadas. Por otra parte, la inclusión de criterios extra-artísticos implica tener claridad sobre el contexto donde las obras seleccionas y premiadas hará su intervención social. Ello quiere decir, que deben articularse dos lógicas de criterio que deben responder a una pregunta crucial ¿cómo el reconocimiento institucional de una obra ayuda a que el artista proyecte todo su potencial para desarrollar y consolidar su trabajo? Al fin de cuentas una convocatoria de artes justifica su razón de ser en la proyección de obras y de artistas. 

 

martes, 5 de marzo de 2024

EL ARTE COMO PRODUCTO SOCIAL

 

Elkin Bolaño Vásquez

Coordinador educativo. Fundación BAT


La deriva cultural que se ha diseminado a partir de las dinámicas de la posmodernidad ha expandido los parámetros de producción, interpretación y participación de las prácticas artísticas, reduciendo sustancialmente la posibilidad de un relato integrador. Situación que no es negativa, en sí misma, si se tiene en cuenta las particularidades de un país como Colombia que necesita desplegar forma de reconstrucción histórica y donde las estrategias del arte pueden hacer aportes significativos. 


Dicha expansión se explica desde los distintos enfoques que han tomado los nuevos planteamientos teóricos y que han desplazado la centralidad de las obras y los artistas a aspectos relacionados con las circunstancias sociales que los coadyuban en sus posibilidades de materialización. Dentro de las alternativas vigentes el enfoque más reiterado es el proceso creativo que influye en las dinámicas sociales.


La creatividad ya no es concebida como un aspecto exclusivo de la producción del arte, sino que ahora es reconocida como el proceso cognitivo fundamental que permite que las complejidades humanas, tanto individuales como colectivas, logren encontrar modos de expresión y materialización, destacándose de entre ellas empresarios y científicos que han alcanzado su esplendor gracias a las innovaciones tecnológicas. De hecho, existen producciones artísticas institucionalizadas cuyo potencial creativo se desplaza desde los artistas a los curadores, los promotores y los comunicadores porque deben plantear estrategias de posicionamiento que pocas veces consideran valores propiamente artísticos. 


Otros enfoques dependen del poder del capital y su margen de influencia para formalizar mercados y consumos que convierten al arte en un producto social que compite con el entretenimiento y el espectáculo, presionando el surgimiento de nuevos parámetros para la institucionalización de prácticas que no son claramente artísticas o que no han tenido esa vocación en su proceso de producción, lo que termina por repercutir en la formulación de nuevas estrategias de difusión y valoración. 


Estos enfoques suponen la superación de los márgenes de comprensión que han reservado al arte un espectro de saberes que se conectan con algún tipo de trascendentalidad, lo que dificultaba su asimilación o discusión por parte de la vida consuetudinaria, dejando atrás aquella idea idealista, mística o sobrenatural a la que en ocasiones se recurre porque no se encuentran otras formas de justificación. Desde entonces, buena parte de lo analizado por la actividad teórica ya no se limita a las obras de arte, sino que se extiende a productos sociales que, al apropiarse de estrategias artísticas, ofrecen a los consumidores experiencias estéticas efímeras propias del disfrute, creando una tensión entre la afectación estética, semántica y reflexiva, con la percepción sensible. Por ello, persiste una confusión entre la proliferación de alternativas para alcanzar el goce estético como resultado de la estetización de la vida y la apreciación estética que demanda un conocimiento previo de las prácticas artísticas porque permiten valorar, cuestionar o justificar los alcances semánticos y estéticos del arte. 


La investigación sobre el arte ya no se ciñe al análisis de las obras, sino al modo como se relacionan con el medio social. En consecuencia, los valores estéticos atribuibles a las obras ya no son resultado de las discrepancias sociales o emocionales que hacen visibles, sino que son valores que ya hacen parte de las dinámicas sociales y que se fortalecen por su institucionalización. Por supuesto, ello no descarta la permanente voluntad artística de experimentación de materiales y renovación de temáticas que obligan al planteamiento de nuevos postulados de explicación. No obstante, este sigue siendo un segmento de análisis que es propio de especialistas y que escasamente llega a grupos más amplios de la sociedad, haciendo que las obras sean productos sociales que se adaptan a las justificaciones que platean cada contexto de interacción, convirtiéndolas en objetos de especulación narrativa porque se ignora su proceso de producción. 


Las disgregaciones de los nuevos enfoques de observación del arte han asumido aspectos propios y ajenos de las obras, y que derivan de las posturas ambivalentes de la posmodernidad, permiten que el arte pueda desplazarse de los templos de cristal en los que se han convertido sus instituciones a terrenos donde puedan ejercer la función de bienes culturales comunes, diferenciados de bienes culturales elitistas, con los que se sientan convocadas las mayorías ciudadanas para debatir y reflexionar sobre temas invisibilizados que deambulan en silencio. En Colombia, la posibilidad de asumir el arte como un producto social permite retomar la capacidad testimonial del arte para introducir alternativas de reconstrucción y comprensión de nuestras paradojas históricas.